"Me
dejé llevar por una inercia semiolvidada hacia la calle Mercaderes y luego
hasta la plaza de la Navarrería, donde, como si no hubiera pasado el tiempo,
había una multitud de jóvenes, en su mayoría extranjeros, entregados a una
ceremonia de origen incierto. Pese a la prohibición expresa de las autoridades,
azuzados por las ganas de poner a prueba el valor o la estupidez, los muchachos
iban subiendo a la fuente de santa Cecilia en mitad de la angosta plaza para
luego lanzarse en un salto del ángel a los brazos del gentío que aguardaba su
caída.
Allí brindé por los
necios que heredarán la tierra."
Ya falta menos para ayer
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