Se
creó entonces un silencio impropio de los juegos infantiles, lastrado de
remordimiento, la diversión macabra convertida de súbito en algo mucho más
brumoso, quizás incluso delictivo y punible: una toma de contacto con la
realidad de los mayores. Repentinamente cobramos conciencia de que aquel
conflicto del que tanto hablaban los padres y la prensa y la televisión nos
tocaba muy de cerca, era algo nuestro, y aunque aún no podíamos tener ninguna
parte de culpa o responsabilidad, nos atañía, y llegaría el momento en que
tendríamos que posicionarnos.
Ya falta menos para ayer
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